Entre los postres centenarios, la ambrosía gana un protagonismo singular. Heredada en parte de las tradiciones españolas, este postre de base láctea se transformó en uno de los clásicos. La preparación era sencilla: un litro de leche que se hervía, 12 yemas de huevo, seis claras y ralladura de limón. Se cocinaba al fuego y luego al horno. Según cuenta Víctor Ego Ducrot en su libro "Los sabores de la patria", este era uno de los postres favoritos de Domingo Faustino Sarmiento.
La leche era una constante en los platos dulces de aquellos tiempos. Asada (antepasado inmediato del flan) o con arroz, formaba parte de la mesa cotidiana durante los primeros años de la Argentina. Analicemos ahora otra de las preparaciones habituales de las cocinas del siglo XIX, las frioleras. La encargada de dar a conocer el paso a paso de esta receta es Azucena Centeno, una de las mujeres porteñas famosas por su rol en la cocina del período. En una cazuela se colocaban tres huevos, harina, nata de leche, una pizca de sal, seis cucharadas de azúcar y una docena de cerezas. Se desmontaba una vez cocida, se espolvoreaba con canela y se disfrutaba como pocas cosas.
Si bien la cocina argentina se fue construyendo sobre los cimientos que aportaban los ingredientes locales en conjunto con las influencias de los inmigrantes europeos, algunos postres lograron consolidarse a partir de combinaciones nacidas en nuestro país. El caso más sobresaliente tiene que ver con el postre vigilante; es decir, el queso y dulce. La mezcla entre queso Mar del Plata y dulce de membrillo o batata se popularizó en 1920 en un bar de Palermo al que acudían regularmente agentes de policía.